Reconozco que no he sido un buen
hombre. A Verónica la dejé plantada en el altar de la iglesia. Tendrían que
haber visto ustedes la cara que puso mi suegro cuando no llegué a la boda.
Pienso,
sin embargo, que hice lo correcto. ¿Para qué casarse y tener hijos? ¿Para qué
pretender amar si todo se lo llevará el olvido? A mí que me quieran como soy,
aunque no sea más que por pura compasión.
Sonia
me estaba esperando con impaciencia. Me llamó una, dos, tres veces y, entonces, con el deseo de escapar del mundo, conduje el carro en
medio de la niebla. Apreté el jodido acelerador y me fui directo por el
viaducto. Caí por esquivar un niño, el choque fue tremendo.
—Cariño, ¿por qué no
contestas? —preguntó mi amante al otro lado del teléfono.
Sólo pude responder: «¡Espérame,
ya pronto estaré contigo!»
Hubo un profundo silencio.
Ustedes querrán saber qué pasó luego, ¿verdad? Pues en ese caso, les
contaré. Transcurrieron los años, y casi al final de un día de agosto, extrañé
tomar un tinto en el centro y dar La
Vuelta al Perro. Ah, extrañé contemplar las calles, llenas de historias y
cuentos. Pero, ¿cómo es ahora Tunja? ¡Maldición!, la ciudad se encuentra
plagada de vagos en búsqueda de problemas. Inútil es agregar que, después de la
pandemia, esta gentuza cambiará. ¡Bueno, ya no importa!
Hoy he comprado unas flores para mi tío, quien al poco de enfermar empezó
a adelgazar, era ya piel y huesos; nos abandonó. Junto con mi madre él amaba
los gatos, a Romeo, Kira y Vito. ¡Cómo los amaba!
Llego al cementerio y encuentro aquí gente que reza ante un ataúd. Camino
hacia ellos para ver más de cerca. ¿Y cómo no llorar por un ser querido? Yo soy
una persona melancólica, sí, lo soy; incluso diré que me avergüenzo por ello.
—¡Amor!
—exclama una mujer con voz apesadumbrada.
No
puedo ver su rostro.
—Papá,
te extrañamos mucho, muchísimo —musita un joven mientras la lluvia empieza a
caer.
«¿Papá? —quiero preguntar yo—, pero, ¿quiénes
son estas personas?» —¡Oigan!,
¡¿por qué no me escuchan?! ¡¿por qué no me ven?! —grito,
trastornado por completo.
Son Verónica y… su hijo, ¡mi hijo!
Y ahora… ahora…
me lanzo al ataúd, lo abro y yace allí… ¡¡¡MI CADAVER!!!
Entonces, ¿en qué me he convertido?, ¿en un fantasma?, ¿en un «espíritu
errante» envuelto en tinieblas? Y así, cuando el sol se anida en su lecho, el
tiempo continúa inmutable, silencioso… inmortal.
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