Me obligué a pensar en desesperanzas; al cabo de noches de insomnio y, diezmado por la angustia, se erigió una estatua portadora de obscenidades. Acezaba la figura con sensualidad, su piel se derramaba a través de la lluvia —vano sería decir quién era—; y, cuando el sosiego amainó, resurgió una mujer y por fin comprendí: era una y todas a la vez. Una, porque era joven (como la rosa que desfloré en el campo), y todas, porque cumplía con los rasgos de mis amantes. Cierto: los rasgos y los atributos, moldeados de lo más tierno a lo más carnal. De la mirada pasé a los labios, de los labios al cuello, del cuello a los senos y de los senos al vientre. La poseí; y así, sin vacilaciones, la mujer gimió entre uno y otro recuerdo, entre una y otra canción; y, mientras aún se estremecía, reconocí con terror la verdad: era ella el ente que me condujo del cementerio al infierno, al sombrío infierno.
@dargorbattosai
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