[Plink, plink... Los gatos escuchan el silencio… como si la lluvia misma fuera un rumor de cariño.]
Una mañana, Octavio y yo fuimos a las casas que construimos el otro día. Los gatos se encontraban a salvo de la lluvia. Me conmoví y supe que valió la pena. Luego nos dirigimos a la biblioteca. La construcción era el arcaico convento de San Lucio Mártir y, más tarde, el hospital de la comunidad de los religiosos de san Juan. En 1860, al estallar la Guerra Civil, el claustro fue habilitado como cuartel general y se convirtió en una penitenciaría que albergó criminales de toda Castilla, como el Hombre Bestia (quien, según cuentan, devoraba animales vivos) y el famoso Teodoro Alfonzo de la Cruz, alias el Doctor Escarlata, El Tinterillo Homicida.
Octavio se sumergió en la lectura de libros y recopiló información de los primeros festivales de jazz (bebop) y blues; mientras yo, curioso, ahondé en ciertos términos en el contexto literario de Valladora. Inútil fue hallar el Catálogo de Obra y Régimen de la Lengua Iberiana de Rafael Esteban Solís. Las ideas fortuitas me hicieron pensar y releer, releer documentos de los anaqueles destinados a ser desechados. En 1976 (o quizá incluso mucho antes) entrevistaron al numismático Juan Eugenio Briz en Iberia. Él aseguraba que era un error suponer que todas las palabras se podían emplear en el lenguaje escrito. Algunas de ellas son decorativas. Y, claro, dudo que se entienda Guaricha[1] de la misma manera en el lenguaje escrito que en el hablado. Si ni siquiera somos capaces de hablar en múzca; reconstruimos una lengua muerta, y lo hacemos por medio de una aproximación.
—León, ¿buscamos en el fondo?
—Adelante —respondí—; aquí se encuentran ejemplares.
Había personas leyendo: niños de colegio, adultos y jóvenes universitarias.
—Y pensar que se ofrecen por unos cuantos pesos —comenta Bastián—. Y si no se ofrecen, venden sus aromas, los olores de sus vaginas, así como las sucias actrices con sus NFTs.
A Bastián le fascinan las adolescentes (no distingue razas), en múltiples formas, tamaños y colores. Le encantan con trajes de cosplay, con faldas cortas, pero nunca hippies o punketas malolientes. La timidez, la ternura y la carne fresca es inherente a la atracción y a la ingenuidad.
En fin.
Octavio tomó un libro del anaquel y se lo llevó. Me despedí de él y me quedé viendo alrededor. Justo en ese momento, ¿o fue más tarde?, mi mente retrocedió cuando David leía cómics y novelas. «Cuando sea grande, seré un lobo sin cadenas —pensó David.» Soñaba con alcanzar la cima de una montaña. La luna, tejida de seda, inundaría la noche con su fulgor, las estrellas lo seguirían como compañeras y así el niño sería libre.
Al entrar en la sala de literatura, topé a un anciano junto a la ventana. Él meditaba. La barba le había crecido y parecía más avinagrado, con más años de los que llevaba a cuestas. Ya no se asemejaba a las fotos de sus libros. Me saludó, y, para mi asombro, él explicó:
—Siempre espero hallar con quien conversar.
Y hablamos.
—…
—¿Quiere decirme quién es usted, Señor?
—Soy un espíritu que ha regresado a Tibéria.
—¡Qué ropa tan extraña tiene!
—Hay quienes nos vestimos así en la actualidad.
—¿Esos son los rostros de unos demonios?
—Quizás; son los integrantes de una banda de música.
—Ah, ya veo. Pero —hizo una pausa el anciano—. ¿Acaso en qué siglo nos encontramos?
—Siglo XXI —respondí.
—¿Hablan de mí?
—Sí, no hay persona que desconozca al poeta que buscó al Monje sin Cabeza.
El monje ensotanado que aparece el dos de noviembre, el monje que surge entre la bruma, desahuciado y siniestro.
—Eso ocurrió hace poco.
—No, fue antes de que esta biblioteca existiera.
El anciano permaneció en silencio y luego prosiguió:
—Usted, que aún está en el mundo de los vivos, puede desvelar mi secreto. Me queda mucho por leer y muchas historias por contar. La Eternidad puede resultar agotadora, pero no tengo nada más.
Yo comprendí que leer es un acto de soledad y salí de ese lugar.
[Sssh... Las palabras reverberan tras una sensación de desvelamiento.]
[1] Mujer sagrada, bella princesa, hija de un cacique múzca. Por desgracia, en la actualidad, guaricha es una palabra que designa a una mujer burda y poco educada, muy alejada de su verdadero significado.

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